Dos generaciones han liderado el Centro Educativo Naciones Unidas (CENU) desde hace más de 50 años: su fundador y primer director, David Gavilanes Velarde, y su director actual, David Gavilanes Chiluiza, graduado del IDE Business School. El nacimiento de esta institución y su consolidación son historias realmente inspiradoras.
La historia empieza
Todo comienza en Tatacto, una pequeña comunidad en el pueblo mágico de Guano[1]. Allí nació David Gavilanes Velarde, en medio de eucaliptos y rebaños, un entorno propicio para dar rienda suelta a la vivacidad de cualquier niño. David no fue la excepción. Cuando su hermano mayor acudió por primera vez a la escuela, David quiso acompañarlo, aunque todavía no tenía edad para ello. No pasaron muchos días para que la maestra hablara con sus padres y les dijera, con mucha amabilidad, que el pequeño era muy vivaz, pero no dejaba dar clases. Con esto, terminaron los primeros pininos de David en la escuela, un lugar al que regresaría más tarde y que, sin imaginarlo, marcaría su vida para siempre.
Un día, mientras el pequeño David caminaba por la calle, leyó en una de las paredes “César A. Naveda Ávalos”; de inmediato corrió a preguntarle a su maestra qué significaban aquellas letras. Su profesora le contó la historia de César Naveda, un niño como él, que nació en San Andrés, provincia del Chimborazo, y estudió hasta convertirse en un médico famoso que viajó a España. David quedó enamorado de aquella historia y comprendió que solo la educación iba a ser el medio para salir de donde estaba.
La idea de explorar nuevos mundos siempre quedó flotando y se concretó el día en que, sin que sus padres lo supieran, se embarcó en un camión de carga con destino al Puyo y allí, con solo nueve años, comenzó a trabajar como agricultor. Después de un tiempo reconoció que aquella huida no había sido la mejor decisión, por lo que regresó a trabajar en la finca de sus padres en Tatacto, pero sin olvidar su sueño de estudiar en Guayaquil. Así fue como decidió cuidar cerdos, algo que había hecho en su infancia, y más adelante, con el dinero de la venta, viajar a la ciudad portuaria.
David llegó a Guayaquil en 1950 y un encuentro fortuito cambiaría el rumbo de su vida. Un día, estaba en una esquina del parque del Centenario, vestido de terno y sombrero. Una señorita que iba en un bus, lo vio y le causó gracia sus mejillas coloradas. David subió al bus y, mientras viajaba, leyó en el diario un anuncio: “Se necesita muchacho para limpiar escuela”. Decidió preguntar cómo llegar a ese sitio, y la muchacha que lo había estado observando se ofreció a llevarlo porque ella iba al mismo lugar. Cuando llegaron a la escuela en la avenida Kennedy, David vio una fila larguísima de candidatos al puesto. La señorita que lo guiaba pasó entre la gente y lo llevó hasta la oficina del director. “Abelardo, aquí te traigo al chico”, dijo la señorita, quien resultó ser la hermana del director del colegio Abdón Calderón, don Abelardo García. Luego de una entrevista, el trabajo de conserje era suyo.
David pensó que para alguien que venía de arar la tierra, la tarea de limpiar bancas y barrer sería sencillo. Y así fue: aprendió a hacer rápido sus tareas y, gracias a la ayuda de don Abelardo, logró culminar la primaria y continuar sus estudios secundarios en el colegio César Borja Lavayen. Al terminar la secundaria, don Abelardo le propuso ser profesor de primaria en el colegio Abdón Calderón, pero David se negó y dijo que prefería esperar hasta graduarse de la universidad. Sin embargo, luego de una larga conversación, don Abelardo hizo que David cambiara de opinión con una frase que recordaría el resto de su vida: “No se hace lo que te gusta, se hace con mucho gusto lo que toca hacer”.
Su astucia, el trabajo duro y la constancia llevaron a David a conseguir todas sus metas. Terminó sus estudios y ganó una beca con la que logró estudiar el Programa de Alta Dirección (PADE) en el IESE Business School de España. Aquel niño de Tatacto cumplió su sueño de estudiar y cambiar así su vida. Pero ahora tenía un nuevo sueño: fundar un colegio. Y lo hizo. En 1972, con 7 estudiantes, fundó el colegio Naciones Unidas en las calles Lorenzo de Garaycoa y Víctor Manuel Rendón.
Tiempo después, su gran amigo, don Abelardo, lo invitó a trasladar su colegio a las instalaciones del Abdón Calderón y ocuparlo por las tardes, y allí estuvo durante doce años. En 1985, el colegio Naciones Unidas se mudó a la zona urbana de Samborondón y luego, gracias a los estímulos que dio el gobierno de entonces a los colegios para ser unidades educativas completas, se convirtió en el Centro Educativo Naciones Unidas.
Una nueva generación
La esposa de David y su hijo siempre lo ayudaron en el centro educativo. David Gavilanes Chiluiza recuerda haber apoyado a su padre haciendo de todo: desde vender uniformes y hacer expreso, hasta ser profesor suplente y ayudar en la inspección. “Yo era una especie de comodín en el colegio”, recuerda entre risas. Pero había llegado la hora de que el joven David dejara de ser un “jugador suplente” y se convirtiera en el nuevo director del colegio, cargo para el que su padre lo estaba preparando sin que él se diera cuenta.
A pesar de la insistencia de su madre para que eligiera la carrera de educación, David había escogido administración de empresas y estaba terminando la universidad cuando su padre decidió entregarle la posta. David siempre había soñado con ser banquero porque desde pequeño había acompañado a su madre a los bancos, y temas como pólizas y tasas siempre le causaron gran fascinación. Pero su padre le recordaba constantemente que no siempre se hace lo que a uno le gusta, sino que se hace con gusto lo que toca hacer.
David recibió el colegio cuando tenía 23 años, en medio de la difícil crisis económica de 1999. Para hacerle frente al duro escenario que atravesaba el país, decidió vender un pedazo del terreno del centro educativo a una franquicia de comida rápida estadounidense. Es por eso, que cuando su padre le entregó las riendas del colegio, le dijo tres cosas: “No le cambies el nombre, no me vendas ni un metro más de terreno… y que Dios te bendiga”.
Ese primer año como director fue muy duro para David. Aún recuerda el día de la graduación de la primera promoción a su cargo y cómo las lágrimas de emoción cubrían su rostro. David había crecido en los patios de ese colegio y sabía a lo que se enfrentaba. “Muchas veces tenemos el falso concepto de que el director o el dueño trabaja menos, cuando en realidad es quien debe estar preocupado por todo”, menciona.
David siempre soñó con hacer una maestría en el IESE de España, pero sus planes habían cambiado. En el 2000, David ya se había casado y el país estaba en quiebra. Ese año en su oficina recibió una llamada del IDE invitándolo a postularse a la maestría en administración de empresas. El director de Naciones Unidas no estaba convencido, aún eran sus primeros años liderando el colegio y había muchos temas por resolver. “No te preocupes. Dios verá que sí vas a poder”, dijeron al otro lado de la línea. David se convenció, rindió el examen de ingreso y aprobó.
“El IDE me permitió ver que si yo soñaba con ser banquero no estaba valorando lo que tenía y lo que podía hacer con aquello”, menciona. Las pizarras se borraron al final de cada clase del EMBA, pero nunca desaparecieron de la mente de David, quien siempre buscó la manera de llevar todos esos aprendizajes al colegio y a su vida.
Así fue como implementó la escuela de fútbol y gimnasia en su colegio. David supo innovar y, en lugar de ponerlas como actividades extracurriculares de las tardes, decidió incluirlas en la mañana. “El IDE es como una operación de cambio de cerebro: te cambia la manera de pensar. Me ayudó a saber innovar, porque muchas veces seguimos haciendo lo mismo y podemos hacerlo con un enfoque diferente”, menciona.
David explica que al principio solo pensaba en función del colegio, pero en sus años de maestría aprendió que “no hay que tener todos los huevos en la misma canasta”. Es por esto que decidió construir la plaza comercial “La Piazza”. Cuando su padre se enteró de ello, enfureció, pero David le replicó: “Me dijiste que no cambie el nombre y no lo hice, que no venda un metro más y no lo vendí”. En el 2004, un año después de terminar el EMBA, ya estaba concluida.
Sus años de estudios también le enseñaron a preocuparse por la gente. Hoy, el Centro Educativo Naciones Unidas cuenta con varios programas de capacitación y de acompañamiento para que el personal pueda continuar sus estudios. “Teníamos personas que no habían terminado la universidad y hoy lo están haciendo”, comenta emocionado David.
Llegar hasta lo que hoy ha conseguido no fue tarea sencilla. David recuerda que había dos días del año en que se deprimía mucho: su cumpleaños y el 31 de diciembre. Pensaba que los años pasaban y no había hecho nada. Pronto vio el grave error que estaba cometiendo. “Estás siendo muy severo porque estás comparándote de un año a otro. ¿Qué tal si empiezas a compararte con tus inicios?”, le dijeron. Hoy, el CENU tiene bachillerato internacional completo, es bilingüe, posee instalaciones de primer nivel y busca siempre innovar de una manera positiva aquello que hace día a día.
David menciona que, a veces, recuerda su sueño de ser banquero, pero ya no sería el mismo que hubiera querido ser. “Cuando era joven quería ser un banquero muy agresivo. Ahora sería uno socialmente responsable y daría créditos para promover emprendedores. Creo que hoy, yo quebraría el banco”, comenta entre risas.
David y su padre no solo comparten el nombre, sino su deseo y el compromiso de juntos transformar vidas. A futuro, Naciones Unidas busca crecer, y ya cuenta con un nuevo terreno a 20 minutos de su sede actual. Pero para David, el horizonte del colegio va más allá: “Queremos que pueda trascender a la siguiente generación y continúe con su propósito de transformar vidas: juntos, el colegio y los padres, transformaremos la vida de los jóvenes y colocaremos en este mundo mejores personas”.
[1] Un Pueblo Mágico es una localidad declarada así por el Ministerio de Turismo, que tiene atributos simbólicos, leyendas, historia y hechos trascendentes, que ofrecen una gran oportunidad turística.
David Gavilanes Chiluiza
Es el director general del Centro Educativo Naciones Unidas. Es ingeniero comercial y especialista superior en Gerencia Educativa. Tiene una maestría en Administración de Empresas por el IDE Business School.
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LA AUTORA
Vanessa Valle Coto es licenciada en Comunicación Social por la Escuela Superior Politécnica del Litoral. Ha realizado cursos de periodismo especializado. Actualmente es asistente de Investigación del IDE Business School.
+INFO: https://www.cenu.edu.ec/