Frases como “un día a la vez”, “paso a paso” o “poco a poco” postergan recurrentemente las interrogantes del futuro y ponen en mayor indefensión a la sociedad.

La humanidad ha llegado a una encrucijada. Posiblemente nunca había estado en un punto de incertidumbre tan alto y de decisión inmediata. Las guerras son guerras y tienen sus propias reglas; se sabe de antemano el grado de exposición al riesgo y las consecuencias en términos de pérdida de vidas, destrucción y caos. A lo que nos enfrentamos ahora no es solamente a un enemigo silencioso, inteligente, que sabe “camuflarse” y evolucionar; es también, una convergencia de situaciones complejas que no están en el mapa mental de la civilización, o al menos no se logran entender completamente.

¿Cómo será la vida de las personas con el aparecimiento constante de nuevas enfermedades? ¿Será esto un impulsor definitivo para entender que el objetivo principal de la humanidad es buscar el bienestar del ser humano? ¿El aprendizaje automático de las máquinas y su evolución a un grado de “inteligencia” superior pondrá en peligro el futuro? Preguntas que en un estado mediático y de corto plazo cualquiera está dispuesto a eludir, diferir u olvidar. Es muy común escuchar “un día a la vez”, “paso a paso” o “poco a poco”. Es esta recurrente postergación a las interrogantes del futuro lo que tiene a la sociedad en un grado de indefensión mayor.

El “sistema inmunológico” de ciertos países no permite que se tomen decisiones mejores o, al menos, que se explore alternativas distintas. Los “líderes” recurren a las recetas conocidas dentro del “campo de batalla” habitual. La política, la economía, las leyes y la adopción tecnológica son apenas una mejora del pasado, con los mismos protagonistas y con similares formas de actuación. El pretexto siempre es que “el cambio no es fácil”, “esto es un proceso que toma su tiempo” o “no se puede hacer todo de la noche a la mañana”. Este pensamiento limitante no sirve en la era de la inteligencia artificial, la impresión 3D, la conexión cerebro – máquina, la velocidad de 5G, el Internet de las cosas, la farmacogenética o la computación cuántica. Tal vez en un futuro muy próximo, la humanidad se enfrente a máquinas con capacidad de “entender” las reglas éticas y morales mejor que las personas, y cumplir las tres leyes de Asimov no porque están programadas para obedecerlas.

Pero ser protagonista de este cambio absoluto de paradigma requiere autenticidad, integridad, ser innovador y proactivo; iniciando a la vez un verdadero cambio en la gestión de países, organizaciones y comunidades. No es suficiente integrar avances tecnológicos sin lograr innovación social. El expresidente de los Estados Unidos Barack Obama mencionó en su momento: “La ciencia nos permite comunicarnos a través de mares y volar por encima de las nubes, curar enfermedades y entender el cosmos, pero esos mismos descubrimientos pueden convertirse en las máquinas de matar más eficientes”. Si algo se debe aprender de esta revolución dentro de la transformación que ya estaba sucediendo, es que la real innovación social requiere de una frenética búsqueda de la verdad. En la actual situación dolorosa que vivimos (¡debería doler profundamente!) se han develado las reales intenciones de los gobiernos de diferentes países, las debilidades de la democracia en muchos lugares del mundo, el cambio de liderazgo de oeste a este, pero, sobre todo, la capacidad de pocos de poner en el centro de su actuación a las personas y ese es el auténtico desafío.

EL AUTOR

 Diego Ignacio Montenegro es Top Manager por Harvard University, PhD (c) en Economía y Empresa por la Universitat de Girona y posee varias maestrías en Alta Dirección de Empresas. Autor del libro “Emotionshare, no se lo cuentes a Michael”. Actualmente es gerente general de Universidad de Los Hemisferios y presidente de EmotionShare Corp.