Hoy hablamos de “integrar” la vida en lugar de conciliar. No se trata de poner de acuerdo contrarios, sino de buscar el hilo de vida.

Hace algún tiempo, tuve una interesante conversación sobre el mejor MBA que existe para el mayor negocio que nos traemos entre manos, nuestra vida, y que no es otro que la vida de familia. 

En IESE empezamos a hablar de conciliación en el año 1999 cuando nadie hablaba de eso. Y empezamos a hablar del tema porque se había promulgado una ley de conciliación de la vida laboral y familiar. “Conciliación” fue la palabra que se utilizó porque los que estaban escribiendo eran abogados. Conciliar es algo que empieza con uno mismo, si no eres capaz de conciliar tú personalmente en tus cosas, no te quejes de que la empresa no te deja conciliar. Antes que nada, tienes que saber cuáles son tus prioridades.

Ahora, sin embargo, ya no hablo de conciliar; según el diccionario de la RAE –Real Academia Española– “conciliar” es poner de acuerdo contrarios. Trabajo y familia se veían como contrarios entre sí en lugar de verlas como dos áreas en las cuales te enriqueces y se enriquecen la una a la otra. Ahora hablamos de “integrar” la vida en lugar de conciliar. Porque no se trata de poner de acuerdo contrarios, sino más bien de buscar el hilo de vida, la línea de vida, una sola, que no son tres ni cinco; la línea de vida que vas tejiendo a medida que vas tomando decisiones en tus diferentes áreas.

El acrónimo inglés VUCA, para las palabras veloz o volátil, incierto, complejo y ambiguo define nuestro entorno en gran medida. Eso es, por definición, la era COVID-19 que vivimos. Nuestro entorno no para de cambiar, todo el mundo está nervioso y siente que tiene que seguir el cambio, y no nos damos cuenta de que todo depende más bien de la persona que toma las decisiones, y que en un momento dado lleva el gorro de empresario, de padre, de amigo, o de político.

Al principio de todo está la gestión del tiempo, la primera y más importante competencia directiva o de liderazgo. Para adquirir esta competencia lo primero es conocerse muy bien a uno mismo para saber de dónde parto y quién soy. Y el “quién soy yo” es muy amplio, pero, como mínimo, hay que saber cuáles son mis capacidades en el momento actual; luego saber cuál puede ser mi potencial; y después conocer mis raíces, mis valores, mis creencias, todo lo que me ha venido dado y lo que he ido desarrollando. Cuando has llegado al punto en que te conoces bien, el segundo ejercicio es preguntarse “adónde voy”, es descubrir la misión personal, irrepetible, la vocación personal, intransferible e irrenunciable, el “para qué estoy aquí”, cuál es mi propósito en la vida, qué es lo que yo, y solo yo puedo hacer.

En la familia se desarrollan lo que llamamos las soft skills, tan necesarias también para el mundo de la gestión de personas y de la empresa que, de hecho, son las que más buscan en los candidatos. Las soft skills son lo que llamamos competencias interpersonales, todo lo que tiene que ver con la relación con los demás: la capacidad de empatía, la capacidad de comunicación, el ser capaz de delegar bien. Hablamos de tres tipos de competencias, las “estratégicas”, que son las que miran hacia fuera: es todo lo que tiene que ver con la visión de negocio, la orientación al cliente, el networking y otras similares. Hacia dentro tendríamos las “interpersonales”: cómo desarrollar relaciones positivas, eficaces y duraderas con las personas. Y, por último, tendríamos que desarrollar también sobre todo las que están por debajo de todas las otras, las “intrapersonales” y que tienen que ver con la gestión del tiempo, con la gestión del estrés, la proactividad e iniciativa, mi autocrítica, mi autoconocimiento.

En el centro de las competencias intrapersonales está el core, y por “core” entendemos lo central, lo esencial, lo más importante. A estas las llamamos “meta competencias” porque son las que dan fuerza a todas las demás: toma de decisiones, integridad, proactividad, resiliencia e inteligencia emocional, y que coinciden con las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza).

Por último, la brújula. La brújula para nuestro Norte, que no norte magnético. El norte magnético nos puede llevar a otro lado porque nos parece que ese es el norte de verdad y no lo es. El norte es nuestra misión, que tenemos que ir desgranando y descubriendo, porque esto no se descubre solo en un día, esto va cambiando. Aunque tengas muchas ganas de llegar a la meta, está el cómo lo vas materializando, cómo lo vas operacionalizando en el día a día, en la misión personal, la misión familiar, la misión profesional, y la misión social. O lo que es lo mismo, en el día-a-día en el que vas haciendo cosas y vas tomando decisiones que van hilando esa misión. Y hacia dónde vas es al norte, y ahí tenemos la brújula pues difícilmente podrás llegar sin ella a la meta.

LA AUTORA

Nuria Chinchilla Albiol es PhD en Dirección de Empresas y MBA por IESE, Universidad de Navarra, y Licenciada en Derecho por la Universitat de Barcelona. Autora y coautora de libros sobre cambio organizacional, organizaciones familiarmente responsables y conciliación entre vida laboral y familiar. Es directora del ICWF – Centro Internacional Trabajo y Familia del IESE Business School.